Me senté en la mesa de granito del patio con la libreta de calificaciones de la escuela. Mis notas eran malas. Estaba seguro de que mi papá no me la iba a firmar. La última vez lo había hecho por lástima y fue tajante: “si no mejorás, chau escuela, de patitas a trabajar con tu mamá en el bar”.
–Nada – me respondió aspirando un sorbo largo de aire y sorprendiéndose de que estuviera a su lado.
–¿Por qué llorás?
–Por nada Nenuchín, por nada – me contestó, expulsando hasta la última gota de aliento.
–¿De qué estás hablando? ¡Estás loca! – reaccionó desprevenido mi papá.
–¿De qué estás hablando? ¡¿Ese es el maldito anónimo?!
–Ya no aguanto más. No tenés perdón de Dios – respondió, blandiéndole el papelito con una marca del Zorro ante sus narices.
–No desvíes la conversación. No puedo vivir así. ¿Con quién me estás engañando?
–¿Sos o te hacés? Te hablan del pasado y me atacas cinco años después.
–¿Con quién me pusiste los cuernos?
–Estás de remate. Jamás te traicioné.
–No me deja vivir. ¿Quién será?
–¿La otra o la que te escribió?
–La que mandó el anónimo Griselda, si llego a ella me dirá quién es la otra.
–Tía, olvidate, es mentira. Seguro que alguien te quiso hacer un mal de ojo y como no supo, te escribió el anónimo para joderte la cabeza.
–¿Vos creés?
_¡Qué se yo! De repente fue tu cuñada.
–Callate que lo pensé. Nunca me quiso, siempre me celó por su hermano.
–Enfrentala. Andá y preguntale. No te mortifiques más. Tirá ese bendito papelito. No podés vivir así toda tu vida.
–¿Cuándo? – la sorprendió mi papá medio anestesiado por el efecto del ajo y porque el aroma del azúcar quemado le demolía todas sus defensas.
–¡Mañana mismo! – enfatizó mi mamá para no dejar escapar el envión, dibujando una sonrisa tan amplia como las vidrieras de las Grandes Tiendas Excelsior.
–La Tota quiere preguntarte algo – rompió mi papá, tratando de alejarse del problema.
–Pasemos y nos tomamos unos mates – dijo mi tía con cara más adusta, tratando de adivinar por donde vendrían los tiros.
–Rosita, no quiero ir con rodeos – empezó mi mamá mirando hacia el piso –pero me tengo que sacar una espina que tengo clavada en el pecho.
–¿De qué espina me hablás Tota?
–Siento que nunca me quisiste. Que te robé a tu hermano.
_Pero Tota... es verdad que siempre fui muy sobreprotectora de mi hermanito, pero no es que no te quiera. Con el tiempo entendí que lo mejor para ustedes era irse a la ciudad. Eso ya pasó.
–Sí, pero yo hablo de esto – dijo mi mamá y tiró el papelito que flameó hasta caer patas arriba sobre la mesa.
–Me has herido mucho todo este tiempo – expresó mi mamá a la espera de que mi tía confiese.
–Esto no es tuyo. Nunca te lo mandé. ¡Devolvémelo!
–No te hagas. Me lo dejaste sobre el mostrador. Te puedo perdonar, pero no que hayas jugado conmigo tratándome de estúpida por tantos años. Al menos decime quien es la otra.
–Da lo mismo. Me engañaste aquí o en San Francisco o en la Quiaca. Ese no es el punto. Lo que no tolero es que me hayan plantado tanta cizaña con este maldito anónimo. Así que mejor callate.
–Rosita, dejate de rodeos y confesá la verdad – prosiguió mi mamá volteando hacia mi tía.
–Tota. ¡Entendé por Dios! No te lo dejé sobre el mostrador. Lo perdí.
–¡¿Cómo que los perdiste?!
–Sí, lo perdí y anduve desesperada un montón de años buscando este bendito anónimo para que no lo viera mi mamá.
–¡Qué tiene que ver la nona Chinta en todo esto!
–Ese anónimo se lo dejaron debajo de la puerta a mi mamá y lo agarré antes de que lo viera. Parece que mi papá tuvo algo por ahí.
–¡¿Me estás jodiendo!?
–Lo agarré porque si mi mamá se enteraba era capaz de molerlo a escobazos.
–¡No puede ser! – dijo mi mamá mostrándose preocupada por la nona, aunque por dentro celebraba como si se hubiese quitado la soga del cuello.
–Fijate Tota. Este papel es más viejo que la escarapela, hasta tiene palabras en piamontés y ustedes los jóvenes ya ni hablan el piamontés.
–Ves que yo tenía razón – dijo la tía Rosita y los tres se descomprimieron a carcajadas limpias.